El asesinato de Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, ha reabierto el debate sobre las fallas estructurales del sistema sanitario estadounidense. Luigi Mangione, acusado del crimen, dejó un manifiesto donde describió la industria de los seguros médicos como corrupta y parasitaria, señalando las enormes desigualdades que genera. Aunque las autoridades y los medios han condenado el asesinato, el caso ha puesto nuevamente en la mira un sistema que combina altos costos, exclusión y resultados deficientes.
Estados Unidos tiene el sistema de salud más caro del mundo, pero sus resultados están entre los peores de las naciones de ingresos altos. Según un análisis del Commonwealth Fund, el país ocupa el último lugar en eficiencia, acceso a la atención y equidad, mientras que la esperanza de vida sigue rezagada. En contraste, otros países con sistemas de cobertura universal logran mejores resultados por menos dinero. La diferencia radica en que mientras en esos países la atención médica es vista como un derecho, en Estados Unidos se trata como un negocio.
Aproximadamente uno de cada cuatro latinos y millones de personas más carecen de seguro médico, enfrentando costos que a menudo resultan inasumibles. Incluso quienes tienen cobertura no están exentos de problemas: deducibles altos y restricciones en las pólizas limitan el acceso a tratamientos necesarios. Esta realidad alimenta una creciente frustración entre la población, como lo demuestra el apoyo que algunos han mostrado hacia Mangione en redes sociales, donde ha sido etiquetado por algunos como un símbolo de resistencia al sistema.
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El caso también refleja las consecuencias humanas de un sistema centrado en el lucro. Mangione, quien sufría un dolor crónico en la espalda, se enfrentó a un sistema que prioriza los beneficios empresariales por encima de las necesidades de los pacientes. Sus críticas al modelo estadounidense se alinean con denuncias más amplias: grandes aseguradoras rechazan tratamientos esenciales y acumulan ganancias mientras millones enfrentan deudas o mueren por falta de atención.
La complejidad del sistema estadounidense contribuye a su ineficiencia. Y es que la combinación de seguros públicos como Medicare y Medicaid con un mercado privado fragmentado dificulta la administración y eleva los costos. Otros países han optado por modelos más simples y universales, permitiendo concentrarse en la calidad de la atención. Mientras tanto, en Estados Unidos, los debates políticos sobre la reforma del sistema se estancan, sin abordar las raíces del problema.
Los defensores de un cambio estructural señalan que el enfoque debe ir más allá de la cobertura. Es crucial invertir en determinantes sociales de la salud como la vivienda, la educación y la seguridad alimentaria, áreas en las que otros países han tenido éxito. Por ejemplo, Singapur, que gasta solo el 5% de su PIB en salud, complementa su sistema sanitario con amplias políticas sociales. En contraste, Estados Unidos gasta más del 18% de su PIB en un sistema que no garantiza resultados proporcionales.
Así, el asesinato de Thompson ha puesto sobre la mesa una conversación que muchos han evitado durante años. Si bien nada justifica la violencia, este evento subraya la urgencia de reformar un sistema que deja atrás a millones. La discusión no puede seguir enfocándose solo en quién paga, sino en cómo se garantiza el acceso equitativo y la calidad de la atención para todos. Como muchos expertos han señalado, Estados Unidos ya destina enormes recursos al sector salud; lo que falta es utilizarlos de manera más eficiente y justa.