En Japón, un número creciente de adultos mayores elige la cárcel como refugio ante la pobreza y la soledad. En un país donde el 20% de la población mayor de 65 años vive en condiciones precarias, según la OCDE, la prisión se ha convertido en una alternativa a la indigencia. En este contexto, muchos ancianos cometen delitos menores, como el hurto en tiendas, con el único objetivo de ser arrestados y acceder a comida, techo y atención médica.
Keiko, cuyo nombre es un seudónimo, relató a BBC Mundo que robó porque no tenía un hogar ni apoyo familiar. De manera similar, Akiyo, de 81 años, confesó a CNN que su pensión era insuficiente y su propio hijo le pidió que se fuera de casa. «Pensé: ‘No tiene sentido que viva’», expresó. Así, la desesperación y el abandono llevan a muchas personas mayores a reincidir en delitos menores para regresar a prisión.
Las estadísticas revelan que el 80% de las mujeres encarceladas en 2022 lo fueron por robo, con artículos cuyo valor ronda los 3.000 yenes (unos 25 dólares). Por otro lado, la tasa de reincidencia entre los ancianos es alta, lo que obliga a las cárceles a adaptarse a esta nueva realidad. Prisiones como la de Tochigi han modificado su infraestructura y personal para atender a reclusos de edad avanzada, ofreciendo cuidados similares a los de un asilo.
Takayoshi Shiranaga, oficial de la prisión de Tochigi, destacó en CNN que los guardias ahora deben cambiar pañales, asistir en la alimentación y ayudar en la higiene de los internos. “Algunos pagarían por quedarse aquí para siempre”, señaló. Mientras tanto, las cifras de natalidad siguen cayendo: en 2023, los nacimientos en Japón fueron apenas 758.631, un mínimo histórico. Este panorama, con un crecimiento acelerado de la población anciana, plantea un desafío para el país, que necesitará 2,72 millones de cuidadores para 2040.
El fenómeno también evidencia un problema de exclusión social. «Pueden tener una casa o una familia, pero no significa que tengan un hogar», explicó Yumi Muranaka, directora de la prisión para mujeres de Iwakuni, a Bloomberg. A pesar de los esfuerzos gubernamentales por mejorar la integración social de los ancianos, la crisis sigue en aumento, y las cárceles continúan llenándose de quienes, al salir, no encuentran otra opción más que volver.