El invierno en Nueva Delhi trae consigo más que bajas temperaturas: una densa neblina de esmog que ahoga tanto el aire como la esperanza de sus habitantes. Mientras tanto, los niveles de partículas PM2.5, vinculadas a enfermedades respiratorias y cardiovasculares, alcanzan picos 50 veces superiores al límite seguro recomendado por la OMS.
Por otro lado, la respuesta oficial sigue siendo insuficiente. Este noviembre, se han cerrado escuelas, suspendido obras de construcción y restringido el acceso de vehículos pesados, pero estas medidas temporales apenas rozan la raíz del problema. En contraste, el humo proveniente de la quema agrícola en los estados vecinos se mezcla con las emisiones locales de fábricas y automóviles, creando un cóctel mortal que en 2019 cobró más de 2,3 millones de vidas prematuras en India, según la revista médica The Lancet.
A pesar de esto, el impacto es desigual. Quienes pueden escapar de la ciudad o comprar purificadores de aire lo hacen, dejando a las clases trabajadoras enfrentarse al esmog a diario. Así, obreros, conductores de rickshaw y vendedores ambulantes continúan trabajando en condiciones peligrosas, tosiendo bajo el cielo gris de una metrópoli paralizada.
Históricamente, cada invierno revive la misma narrativa: titulares alarmantes, políticos intercambiando culpas y un Tribunal Supremo que emite órdenes que poco se cumplen. Sin embargo, la falta de coordinación entre gobiernos estatales y federal perpetúa un problema que demanda soluciones sistémicas, no paliativos.
Las celebraciones de Diwali agravan la situación. En estos días, la prohibición de pirotecnia fue ignorada por miles, intensificando los niveles de contaminación en una ciudad que, ya antes del festival, lideraba el ranking mundial de polución. Mientras tanto, la visibilidad en calles y autopistas es tan baja que incluso las aerolíneas enfrentan retrasos.
Finalmente, los expertos insisten en que solo una transformación estructural podría garantizar los cielos despejados que Delhi anhela. Hasta entonces, sus habitantes seguirán viviendo en una realidad que se siente más como un guion distópico: un ciclo inacabable de esmog, enfermedad y resignación.