Una reciente investigación del diario francés Le Monde expone cómo, en diversos países del Sur Global, la homofobia ha sido instrumentalizada como una herramienta para rechazar la influencia cultural y política de Occidente. Desde África hasta Eurasia, gobiernos y líderes conservadores han intensificado medidas contra las personas LGBTQ+ bajo el argumento de proteger valores tradicionales frente a lo que consideran una imposición externa.
En Senegal, por ejemplo, el primer ministro Ousmane Sonko vinculó la defensa de las minorías sexuales con un “sentimiento antioccidental”, afirmando que las “tentativas externas de imponer modos de vida contrarios a nuestros valores” podrían generar conflictos. Este discurso, según la académica Aminata Cécile Mbaye, refuerza una narrativa anticolonial que presenta la homosexualidad como una práctica importada, aunque la homofobia misma sea un legado del colonialismo.
En África, varios países han endurecido leyes contra la comunidad LGBTQ+. En Ghana, la reciente aprobación de la ley sobre “valores familiares” incrementó las penas de prisión para quienes promuevan o pertenezcan a estas comunidades. Aunque inicialmente celebrada por sectores conservadores, esta medida generó tensiones económicas: instituciones como el Banco Mundial advirtieron que el país podría perder financiamiento internacional si no garantiza derechos básicos.
Un caso similar ocurrió en Uganda, donde la aprobación de una de las leyes más represivas del mundo en 2023 llevó a la suspensión de ayudas internacionales. Sin embargo, a diferencia de años anteriores, el gobierno ugandés no cedió ante las presiones, reflejando un cambio en las dinámicas geopolíticas del continente.
La investigación de Le Monde también resalta cómo Rusia ha convertido la homofobia en un eje central de su estrategia política interna y externa. Desde 2013, el Kremlin aprobó leyes que prohíben la “propaganda de relaciones sexuales no tradicionales”, reforzadas tras la invasión de Ucrania en 2022. Este discurso, que describe a Occidente como “satanista” y “degenerado”, ha permitido al gobierno consolidar su alianza con la Iglesia Ortodoxa, utilizando la supuesta defensa de valores tradicionales para justificar su agenda autoritaria.
En Marruecos, la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo en 2011 intensificó las campañas anti-LGBTQ+. Líderes políticos y religiosos han descrito a las personas homosexuales como una amenaza moral, relacionándolas con una supuesta decadencia occidental. La película El ejército de la salvación, del cineasta Abdellah Taïa, fue duramente criticada por islamistas, quienes acusaron al autor de servir intereses extranjeros para “provocar” a la sociedad marroquí.
El análisis de Le Monde muestra que la creciente visibilidad de los derechos LGBTQ+ en el ámbito internacional ha generado una reacción conservadora global. La politóloga Marie-Cécile Naves señala que el avance del matrimonio igualitario, el movimiento #MeToo y la mayor representación de personas trans han sido percibidos como amenazas culturales en varias regiones. En este contexto, el rechazo hacia estos derechos se presenta como una defensa de las identidades locales frente a la globalización.
La homofobia, más allá de ser una expresión de prejuicio, se ha convertido en un recurso político para gobiernos que buscan afirmarse en contextos de tensiones internacionales. Como señala Le Monde, este fenómeno refleja un conflicto más amplio entre los valores universales de derechos humanos y las narrativas de resistencia cultural, que afectan profundamente las vidas de las personas LGBT+ en todo el mundo.
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