Un descubrimiento reciente ha cambiado nuestra comprensión del continente más frío del planeta: fragmentos de ámbar hallados en la Antártida confirman que esta región, hoy cubierta de hielo, estuvo alguna vez poblada por frondosos bosques. Este sorprendente hallazgo, realizado durante la expedición Polarstern PS104 en 2017, ofrece una ventana única al pasado cálido y húmedo del continente durante el período Cretácico, hace aproximadamente 90 millones de años.
Hasta ahora, la Antártida era el único continente sin registros de ámbar, un fósil formado por la resina vegetal endurecida a lo largo de millones de años. La expedición, liderada por el Instituto Alfred Wegener y la Universidad TU Bergakademie Freiberg, encontró este material en una capa de lignito ubicada a 946 metros de profundidad en la Ensenada del Mar de Amundsen. Según el estudio publicado en Antarctic Science, el ámbar hallado no solo completa el mapa global de estos fósiles, sino que aporta pruebas de que la región albergaba un ecosistema de bosques templados, dominado por coníferas y helechos.
Los investigadores identificaron el ámbar en una capa de lignito de apenas 5 cm de espesor, parte de una secuencia sedimentaria más amplia. Las muestras fueron analizadas con técnicas de microscopía y fluorescencia, revelando inclusiones microscópicas de corteza y otros elementos vegetales. Estas características sugieren que los árboles de la región producían resina en respuesta a condiciones climáticas o eventos como incendios forestales, frecuentes durante el Cretácico.
Durante esta era, la Tierra experimentaba temperaturas significativamente más cálidas que las actuales, permitiendo la existencia de bosques en zonas hoy inhóspitas. La Antártida, entonces parte del supercontinente Gondwana, estaba ubicada cerca del polo sur, pero su clima era lo suficientemente benigno para sustentar ecosistemas complejos. Este ámbar, conocido como «Pine Island amber» por el lugar de su hallazgo, se convierte en una pieza clave para entender las dinámicas de estos bosques y su respuesta al entorno.
El ámbar no solo es un fósil atractivo por su color y textura, sino también una herramienta científica invaluable. Puede preservar organismos diminutos atrapados en la resina, como insectos o partículas de polen, ofreciendo pistas sobre interacciones ecológicas y la evolución de las plantas. Los investigadores esperan que futuros análisis de las muestras antárticas revelen más detalles sobre la flora y fauna que habitaban el continente en aquella época.
Este descubrimiento destaca la importancia de estudiar regiones polares no solo para comprender el pasado climático de la Tierra, sino también para proyectar posibles escenarios futuros. La Antártida, a pesar de ser un desierto helado en la actualidad, fue una vez un lugar de biodiversidad exuberante, y los hallazgos como este nos invitan a reflexionar sobre cómo el cambio climático puede transformar los paisajes de nuestro planeta.
A medida que las investigaciones continúan, el equipo científico busca más fragmentos de ámbar y otros fósiles que puedan ampliar nuestra comprensión de este ecosistema perdido. Cada descubrimiento permite un vistazo al pasado remoto, ayudándonos a descifrar cómo la Tierra, siempre cambiante, adapta sus paisajes a través de las eras.