Este artículo puede contener spoilers
El fin de semana fuimos al cine con el Mati. Eran las últimas funciones de Longlegs (2024) dirigida por Osgood Perkins, la película en que, según me habían comentado, Nicolas Cage brillaba como hace tiempo no lo hacía. Así que compramos algo para hidratarse en estos días que ha subido la temperatura y entramos a la sala, intentando hacer algo de nuestro domingo.
Longlegs nos presenta una intrigante premisa de suspense, terror psicológico y un misterio que lleva décadas en desarrollo. Desde el principio, el filme parece tener todos los ingredientes para mantenernos al borde del asiento: una agente del FBI, interpretada por Maika Monroe, se enfrenta a un caso que desafía las explicaciones racionales, en el cual, entre 1974 y los años 90, padres asesinan a sus familias bajo la influencia de alguien o algo.
Uno de los puntos fuertes de Longlegs es, sin duda, su fotografía. Los planos inquietantemente amplios, con vacíos que le desequilibran, crean una atmósfera de ansiedad constante. Estos encuadres cuidadosamente construidos no solo añaden este bello desbalance, sino que también generan una sensación de terror latente, como si algo invisible acechara en cada esquina. Y es que la tensión aumenta gradualmente a través del meticuloso uso de la luz y el espacio, haciéndonos sentir que el peligro está siempre presente, aunque nunca del todo visible.
También puede decirse que Maika Monroe logra transmitir la vulnerabilidad de una agente atrapada entre su instinto, algo más que profesional, y los misterios de su propio pasado. Por su parte, es cierto que Nicolas Cage ofrece una interpretación que resulta tanto perturbadora como irónica, caminando esa delgada línea entre lo grotesco y lo paródico. Este modo de proceder de Cage aporta una capa adicional de incertidumbre al personaje. Pero también es cierto que, tan pronto aparece en pantalla, su caracterización se torna problemáticamente familiar. Y es que a pesar de un inicio prometedor, Longlegs se va llenando de referencias que, lejos de enriquecer la historia, caen en los peores clichés del género: Monjas armadas, muñecas siniestras y un villano que presenta una expresión de género no normativa son solo algunos de los recursos que el director emplea, pero que ya hemos visto tantas veces en el cine. Y ya se que para algunos espectadores, estas referencias podrían funcionar como un guiño a los clásicos del género, citas textuales, pero lo cierto es que son tan múltiples y tan desgastados a fuerza de uso que solo empobrecen la intriga que plantea Perkins, quien tiene mas virtud para esconder que para revelar.
Y aunque muchos aplauden la interpretación de Nicolas Cage, quizás bañándola del aura de Buffallo Bill, lo cierto es que, una vez más, Hollywood recurre a la reiterada tendencia de asociar las expresiones de género no normativas con el trastorno mental o la violencia, o presentándoles como lo otro, lo ominoso, lo bestial; tal como lo abordan estudios como “El Celuloide Rosa” (Javier García Rodríguez) o el documental “Disclosure: Ser Trans en Hollywood” (Sam Feder), que han comprobado cómo estos prejuicios no solo son anticuados, sino también dañinos, y perpetúan estigmas que la industria cinematográfica, se supone, ha intentado dejar atrás. Así, a pesar del desempeño de Cage, el papel de Longlegs se siente como un eco de los peores clichés del cine de terror y suspense, donde la no conformidad de género es usada para inspirar miedo o repulsión: ¡Cuidado niños, sean buenos o se los puede llevar la cola!
En cuanto al desarrollo de la película, ésta logra sostener una atmósfera intrigante durante gran parte de su metraje, pero todo se desmorona en los últimos 20 minutos. Aquí es donde Perkins se encuentra en su propia encrucijada: con un misterio envolvente y perturbador entre manos, puede elegir profundizar y escudriñar a sus personajes hasta que de ellos surja la complejidad de la experiencia humana, o echar mano a una idea maniquea de “El Mal”. Adivinen qué hace. Sí, se desinfla con explicaciones simplistas que, además, refuerzan una moral conservadora que choca con las posibilidades innovadoras que el filme podría haber explorado, comprobando así que crear una intriga no es tan difícil como resolverla.
Salí de la sala enojado. Porque Longlegs es una película que, a pesar de tener una premisa intrigante y estar impecablemente filmada, toma cada oportunidad de encarnar un cliché, cada salida simplista y cada postura conservadora. Pudo haber sido algo refrescante en el panorama y se quedó en tierra segura. Cuando llegué a la calle, tenía la sensación de haber estado a punto de encontrar algo y haberlo perdido. Qué decepción.
A mí tampoco me gustó. Sentí que la peli se perdió a medida que pasaban los minutos. Empezó a ser eterna.